viernes, 3 de febrero de 2017

PERU Capitulo 3: HOTEL TRANSILVANIA

Llegamos a Lima luego de un vuelo muy tranquilo. Tramites migratorios igual de rápido que en Argentina con la diferencia que expiden un papel al cual le adosan un sello. Retiramos las mochilas que por suerte llegaron sanas y salvas y salimos a la aventura. 
Como es mi costumbre no habíamos reservado absolutamente nada. El riesgo era que al ser 24 de diciembre todo estaba colapsado. La primera idea era ir al centro, pero no tarde en enterarme que las calles desbordaban de autos. Ese recorrido demandaría 3 hs, opción que no nos agradaba. Mejor salíamos del aeropuerto y decidíamos. Cambie lo mínimo de dinero y recorrimos el hall rumbo a la vereda. En ese corto trayecto hay infinidad de chóferes de remises o taxis que nos abordan para que los elijas con la excusa de que son oficiales. La seguridad cuesta, en este caso 60 soles o mas o menos 18 dolares. Un robo! Luego me daria cuenta que un viaje sale de 20 a 25 soles o sea 7 dolares, esto dependiendo el destino.
Igual que en Bolivia los taxis no tienen reloj. Uno pregunta cuanto sale a destino y oferta según lo que responde el conductor. A veces se consiguen rebajas sustanciosas, pero para el recién llegado esto es imposible de hacer. Otra cosa complicada es el acento. El conductor en pocos segundos se da cuenta que uno es argentino, a veces esto le causa simpatía y en otra no. La solución es hablar poco.
Tomamos uno que supuestamente nos llevaba al caso histórico por lo cual cobro los famosos 60 soles, pero a la media hora del atascado trayecto decidió sugerirnos parar en San Miguel, un populoso barrio de Lima, donde desborda la oferta gastronómica y de hoteles. Entre las ganas de llegar y la demora que parecía haber aceptamos. Caímos en Melodía, un hotel medio pelo, donde el conductor desplegó supuestas influencias para conseguir una exagerada rebaja. Todo parecía muy falso, pero como era una sola noche no nos hicimos problemas.
El lugar desde afuera parece una casona antigua con bastantes pisos. Una reja lo separa de la calle. La recepcionista es una cincuentona a la cual la simpatía se le extravió en la primaria. La habitación estaba bien. Su ventana tenia una alegre vista de la ruidosa avenida.
Dejamos las cosas y salimos a caminar, como buen turista que se precie.
Plazas muy grandes, Shoppings de todos tamaños, tiendas por doquier y principalmente restaurantes, matizaban el ambiente. Dimos unas vueltas por un parque. Extrañamente faltaban los clásicos perros correteando aunque si había unos de cemento que cumplían la función de tachos de basura. Un detalle pintoresco. 




Otra cosa digna de mención, es la infinidad de agentes de transito que se multiplican en las esquinas. Al son de un molesto silbato intentan ordenar el caos vehicular, que sin lugar a dudas es mucho menor que en Bolivia, lugar que recorrimos el año pasado.  

Encontramos en nuestro recorrido un extraño lugar de masajes, en cual algunas personas parecían relajarse al son de una música soporífera. El asunto era recostarse sobre un sillón. Obviamente probamos. Se ponía una moneda y el inerte cobraba vida, estrujando la cabeza del cliente y las piernas de manera incomoda con un raro mecanismo. No me gusto en absoluto, pero me banque los dos minutos en esa silla eléctrica. Salí mas contracturado que antes y con mas hambre.





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